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MEDITACIÓN PARA LA ORACIÓN DE APERTURA
Daré lectura en el libro El Discurso Maestro de Jesucristo, páginas 90, 91, comenzando con el párrafo cuatro.
D.M.J., pp. 90, 91 - “El primer paso para acercarse a Dios es conocer y creer en el amor que siente por nosotros, solamente por la atracción de su amor nos sentimos impulsados a ir a El”.
“La comprensión de Dios induce a renunciar el egoismo. Al llamar a Dios nuestro Padre, reconocemos a todos sus hijos como nuestros hermanos. Todos formamos parte del gran tejido de la humanidad; todos somos miembros de una sola familia. En nuestras peticiones hemos de incluir a nuestros prójimos tanto como a nosotros mismos. Nadie ora como es debido si solamente pide bendiciones para sí mismo”
“Que estás en los cielos”, Aquel a quien Cristo pide que miremos como “Padre Nuestro”, “está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho”. En Su custodia podemos descansar seguros diciendo: “En el día que temo, yo en ti confío!”
¿Por qué cosa nos instruye orar la lectura? Porque apreciemos el amor de Dios y a la vez comprenderle a El: pidamos por un buen entendimiento del verdadero significado de la oración del Padre Nuestro; oremos para que tengamos sabiduría para comprender porque nos dirigimos a Dios como a nuestro Padre, porque nosotros somos miembros de una familia, y como hermanos, hijos de un mismo Padre. Por una gracia para recordad orar no por nosotros mismos, sino también por nuestros prójimos, Y aun por nuestros enemigos.
¿QUÉ HACE A UNO ELEGIBLE?
TEXTO DE LA ALOCUCIÓN POR V. T. HOUTEFF
MINISTRO DE LOS DAVIDIANOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA
EL SÁBADO, 21 DE SEPTIEMBRE DE 1946
CAPILLA DEL MONTE CARMELO
WACO, TEXAS
Algunos hermanos me han escrito de tiempo en tiempo preguntándome acerca de lo que puede hacerlos elegibles para recibir el sello de Dios. Unos desean saber si haciendo esto o aquello o lo otro pueden ser sellados. Otros desean saber si el no hacer esto o aquello dejarán de recibir el sello.
Sin duda que la pregunta es oportuna y buena. Tales preguntas vitales merecen respuestas tan concretas como las mismas preguntas. ¿Y quiénes pueden contestarlas más concretamente que los que han sido delanteros a nosotros; los que han tenido que cumplir con los mismos deberes, los que han pasado por una misma experiencia y andado por el mismo camino que hoy estamos andando; los que una vez se estaban a sí mismos preparando para el reino como lo estamos haciendo nosotros?
¿Y en quiénes encontramos semejante paralelo? - En ningunos otros que en aquellos que dejaron a Egipto y partieron a la Tierra Prometida. No, en ningunos otros. Ellos son nuestro único tipo. La inspiración dice: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. (1ª. Corintios 10: 11). Por lo tanto, sus deberes son nuestros deberes, y sus fracasos deberían ser nuestros peldaños hacia el buen éxito. De esta forma los hechos de los que entraron a la tierra prometida deben ser nuestros hechos, y si hemos de ser sellados, luego los hechos de aquellos quienes fracasaron en entrar allá, deben ser rehuidos por nosotros tan completamente y tan rápido como rehuiríamos el foso de un león.
Averigüemos ahora porque algunos de ellos entraron a la tierra prometida y otros no entraron, porque esto es lo que la Inspiración manda que hagamos. Esta escritura implica que si estas experiencias del antiguo Israel no hubieran sido para ejemplo, entonces nunca hubieran sido escritas. Cuán importante es entonces que las estudiemos diligentemente. Si, para poder saber que tenemos que hacer o no hacer para recibir el sello y para entrar en la tierra prometida, debemos examinar los actos de ambos: los que entraron y los que no entraron allá.
Empecemos nuestra investigación con Moisés, con el agente humano, el caudillo visible del movimiento. Educado en las cortes del Faraón, él recibió la más alta educación que el mundo entonces ofrecía. Y comprendiendo que él fue el escogido para libertar a sus hermanos de la esclavitud Egipcia, se sintió muy capaz para el trabajo.
Recuerdan la historia de como él empezó a libertarlos aunque no fue dicho todavía para hacerlo. Mató a un egipcio, cayó en una disputa con uno de los Hebreos, y luego huyó por su vida. De esta manera en Madián obtuvo un trabajo, llegó a ser pastor, y se casó con la hija de su empleador. Durante esos cuarenta años de su vida de pastor, él olvidó el idioma de los egipcios, y con ello, la erudición de Egipto. En lugar de ella, sin embargo, aprendió a cuidar bien a las ovejas. Por lo tanto, desvaneció de su mente la idea de liberar al pueblo de Dios de la esclavitud egipcia. Entonces fue cuando Dios lo vio fuerte y bien capaz, y lo mandó para regresar a Egipto y sacar a su pueblo acongojado.
Sabéis como Moisés protestó en contra de esta idea y argumentó que había fracasado en su primer intento, el tiempo cuando era joven y bien-informado y que a aquella tarde hora de su vida él no quiso intentarlo de nuevo, que ya no podía hablar el idioma. Después de una conversación prolongada Dios removió estas objeciones prometiendole darle a su hermano Aarón, para su interlocutor, y Moisés finalmente consintió en regresar a Egipto.
Fue a Egipto, y allí con su vara de pastor obró señales y maravillas ante los egipcios y los hebreos. Y recuerdan que tuvo lugar la noche de la pascua, la noche antes que ellos salieran de Egipto. Moisés había proclamado por toda la tierra que en toda casa donde no se encontrara la sangre en los postes de las puertas en aquella noche, los primogénitos de esa casa morirían.
El siguiente día los que desobedecieron el mandato estaban ocupados en luto y en enterrar a sus muertos, mientras que los que obedecieron la orden estaban gozosamente abandonando las ciudades. Si, sólo los que fueron capaces de tomar órdenes fueron libertados de la esclavitud. Es por lo tanto, un pre-requisito que aprendamos a tomar órdenes si hemos de recibir el sello de Dios en nuestras frentes.
No olvidemos, sin embargo, que los hijos de Israel dejaron a Egipto con gran celo y grandes esperanzas. Pero cuando vieron a su frente el Mar Rojo y el ejército de Faraón siguiéndolos a sus espaldas, entonces fueron llenos de gran consternación. Ellos creyeron verse en una trampa de muerte aunque se hallaron en la frontera de otra gran liberación maravillosa. Entonces se volvieron a Moisés acusándole de traerlos al mar haciendo imposible que ellos escaparan de sus enemigos.
Viendo humanamente la situación, ellos estaban en un precario predicamento. En aquel momento ellos olvidaron la liberación milagrosa de los capataces de Faraón, y sus ojos se cegaron a la maravillosa nube por día y la columna de fuego por noche que los había guiado por todo el camino. Como ellos vieron esto, la evidencia en contra de la habilidad de Moisés para guiarlos con seguridad fue abrumadora. En cuanto a como lo vieron, el entero proyecto parecía destinado a fracaso. Sus esperanzas de progresar o aun de volver los abandonaron y todo porque ellos creían que Moisés y no Dios era el que los libertaba. Cuán cortos de vista, inconstantes, incrédulos, y olvidadizos somos los seres humanos. La experiencia en la obra del evangelio me ha enseñado que el pueblo de Dios de hoy tiene ahora el mismo tentador contra el cual luchar y las mismas tentaciones que vencer si recibirán el sello de Dios.
¡Que grande diferencia hubiera si solamente los Israelitas hubieran creído que Dios, no Moisés, era su Líder, que lo que a ellos parecía ser una trampa de muerte, era sólo su puerta de esperanza. Que su experiencia nos enseñe recordar que Dios nos está guiándonos completamente o no lo está haciendo, que Sus caminos no son nuestros caminos, y que lo que parece ser nuestro mayor obstáculo, puede resultar nuestra mayor bendición.
Podemos ver que el verdadero peligro de Israel no estaba en lo que Moisés hacía, sino en la incredulidad del hecho de que Dios tuviera las riendas en sus manos, en el no reconocer que los caminos de Dios son inescrutables — contrarios a los nuestros. Ellos fracasaban en ver que Dios podía obrar milagros tras milagros para libertarles de la mano de sus enemigos, que El podía secar el océano tan fácil como inundar la tierra.
Teniendo sus fracasos ante nosotros, debemos aprovecharnos de ellos como peldaños para conseguir el éxito. Creamos, por lo tanto, con todo nuestro corazón que Dios está a cargo de nuestra salvación, de nuestras vidas y de nuestra muerte también, y que El es capaz de libertarnos aun si la tierra cayera del espacio, que no podemos morir si El quiere que vivamos, y que no podemos vivir si quiere que muramos. Tengamos entendido que no sabemos nada acerca de los planes de Dios a menos que El nos los revele por medio de sus siervos señalados, los profetas, y como los presenciamos día por día. Si nosotros diariamente caminamos con Dios, si confiamos todo a El, entonces la responsabilidad es toda de El.
Dios en su sabiduría trajo a Israel al Mar Rojo para su propio bien, y aunque no podían ver Su camino, con todo por causa de Su nombre dividió el mar, los atravesó salvos, y al mismo tiempo, ¡por el mismo milagro El destruyó a sus enemigos! Y en ese momento fueron libres.
Si Moisés hubiera dudado, como el pueblo que estaba con él, del poder y liderazgo de Dios, ¿Qué efecto habría obtenido con su vara cuando hirió el mar con ella? - Ninguno. Si el Juicio del Infinito fuera lo mismo como el juico del finito entonces el ejército de Faraón o hubiera matado esclavizado de nuevo a Israel.
Sus grandes liberaciones, por lo tanto, para siempre debieran establecer nuestra confianza en Dios, y debería poner como recuerdo perpetuo que la sabiduría de los hombres es locura con Dios, y que la fe en El actualmente remueve montes y mares también.
A pesar de estos ejemplos, los hombres hoy día todavía esperan que Dios obre según el criterio de ellos, y por esto es que muchas veces El se sirve de niños en
Su obra en lugar de hombres sabios y prudentes.
El ejército de los Hebreos bien sabía que ellos habían sido guiados al mar siguiendo por la nube de día y el pilar de fuego de noche. Con todo ninguno de estos prodigios pareció haber hecho ninguna impresión duradera sobre ellos. Hay peligro en que nosotros, también podamos olvidar la forma en la cual el Señor nos ha guiado.
Después que Israel cruzara el mar, y después que el mar envolviera a sus enemigos en su seno, ellos cantaron y dieron la gloria a Dios, pero aunque el ejército de faraón y el mar ya no fueron objetos de miedo sino de interés, sus pruebas, dudas, y temores todavía no había terminado. Casi inmediatamente después que vieran el mar atrás y el desierto delante empezaron a recriminar a Moisés por haberlos traído al desierto para sufrir de hambre y de falta de agua. Nunca penetró en sus mentes que si Dios pudo secar el mar, podía ciertamente inundar el desierto y hacerlo florecer como una rosa. A pesar de sus dudas y sus quejas Dios una vez más realizó un milagro aun mayor: causó que el agua se brotara de una roca y les trajo maná del Cielo.
Hoy como en los días de Moisés muchos están duplicando los pecados de ese pueblo. Estos tales un día están todos en fuego, y al siguiente día están en el hielo. Otros alaban a Dios en voz muy alta mientras su barco navega pero cuando el mar se encrespa y las olas comienzan a batirse en contra de ellos entonces ven a un hombre ante el timón, y en lugar de esperar que Dios calmara el mar se ponen a buscar en lugar en donde desembarcar. Además hay otros que constantemente intentan promoverse por continuas murmuraciones en contra de los que llevan la entera carga. Por eso debe haber entre nosotros hoy — antitípicos deudores, lamentadores, buscadores de cargos y murmuradores, reconociendo una gran verdad un día y olvidándola el día siguiente — y ¡con todo esperando ser sellado con el sello de Dios y estar con el Cordero sobre el Monte de Sion!.
El Señor satisfacía el hambre de su antiguo pueblo con la comida de Angel, la clase que su trabajo y el clima requerían. El les daba alimento fresco diariamente y no les costaba un centavo. Todo lo que ellos tenían que hacer era traerlo a sus tiendas y comerlo. Pero les disgustaba el maná, y deseaban estar otra vez en Egipto al lado de las ollas de carne, “Los puerros, cebollas y ajos”. A sus ojos Moisés era el mayor pecador y lo culpaban por todas las pruebas de su fe. Si Dios les hubiera dado otra cosa en lugar del maná, habrían estado inconformes de todas maneras porque tenían en si un mal espíritu. Comamos pues y bebamos con gozo y gratitud la comida que el Señor nos da para comer y cuando El nos la da.
Recuerdan que al codiciar alimento de carne hicieron que la situación fuera intolerable para Moisés. Así, para su gran sorpresa los codornices llenaron el campo, y la multitud los llevó a sus tiendas. ¡Pero a que costo! Miles de ellos murieron aun mientras la carne ya estaba en sus bocas. Entonces entendieron que la carne no era un alimento mejor. Fue una gran lección, pero costosa. ¿Y qué de nosotros Vegetarianos?
Aún entonces sus murmuraciones no terminaron, ellos encontraron más de que murmurar. Ellos estaban tomándose a “si mismos”. Ellos estaban celosos de Moisés y de Aarón. Los buscadores de cargos se quejaron de que Moisés y Aarón controlaban demasiado. “Nosotros somos igualmente favorecidos de Dios como Moisés y Aarón.” Dios habla con nosotros tanto como El habla con ellos dijeron. ¿Y quiénes eran los mayores murmuradores? Los príncipes de la nación, loshombres que fueron los más capaces, los mismos que tenían que saber mejor. Aquellos que podrían haber sido la mayor ayuda para Moisés llegaron a ser sus mayores problemas. Ambicionaban la posición de Aarón; codiciaban el cargo de Moisés. No querían satisfacerse con menos. El Señor mismo no pudo más con ellos. La única cosa que pudiera hacer fue causar que la tierra los tragara. De esta forma en un día miles — prácticamente todos los profesos sabios — cayeron en las entrañas de la tierra. ¿Estamos nosotros también buscando cargos por los cuales exaltar el yo y estamos nosotros también intentando usurpar la posición del Espíritu de Verdad?
Finalmente los emancipados hijos de Israel llegaron a los bordes de la Tierra Prometida. Y aunque ellos habían sido testigos de todos los milagros del pasado, con todo no creían que Dios podría procurar la tierra para ellos. Ellos habían visto como El fue capaz de libertarlos de las ladrilleras de Faraón, de traerlos por tierra seca atravesando el mar para destruir a sus enemigos, de darles alimento y agua en el desierto donde no había nada de que echar mano y con todo no creyeron que El fue capaz para tomar la tierra para ellos y que pudo terminar lo que comenzara.
Hay miles hoy día que virtualmente están haciendo lo mismo cuando dicen que “Isaías, capítulo 2, Miqueas, capítulo 4, Jeremías, capítulo 31 y Ezequiel, capítulos 36 y 37 nunca serán cumplidos”. Fueron los que ya eran de edad, los que hubieran debido saber mejor que empezaron el balón rodando montaña abajo para la destrucción. La juventud por supuesto, debe haber hecho eco a las murmuraciones de los ancianos, pero el Señor no tomó esto en cuenta en contra de ellos. Y así a fin de salvar a la juventud, Dios tuvo que sepultar a todos sus padres murmuradores, excepto de dos fieles, hombres confiados que protestaron en contra del mal informe que dieron los otros diez espías. Observen que cada adulto que
salió de Egipto, con excepción de Caleb y Josué, tuvieron que ser sepultados antes que los jóvenes pudieran cruzar el Jordán. ¿Por qué? Porque aunque Dios los sacara con facilidad fuera de Egipto, no pudo sacar Egipto de ellos. ¿Aún se preguntará porqué el Profeta Elías debe “volver el corazón de los padres a sus hijos, y el corazón de los hijos a los padres”? (Malaquías 4:6).
Los Cristianos con frecuencia piensan que los Isrraelitas eran muy malos y faltos de orden, pero después de tener sus experiencias para sacar provecho de ellas, piensen ¡cuanto peores seremos nosotros si hacemos como ellos!. Si no hacemos mejor que ellos, ¿Cómo podemos esperar ser elegibles para el sello y para el Reino siendo que ellos no fueron elegibles?
En la misma flor de la vida Moisés se consideró capaz para libertar a los hijos Israel. Pero la Providencia le dijo: “ Tu no estás apto para la obra. Ven acá y Yo te haré apto para la obra. Así Moisés salió.
Moisés no necesitaba la educación de Faraón para hacer la obra de Dios. Le fue un impedimento para él. ¿Por qué? porque lo hizo autosuficiente, independiente de Dios. Tal persona habría sido propia para alejar al pueblo de Dios lejos de El y del pecado, e impropio para guiarlos a Dios y lejos del pecado.
¡Que cierta es entonces, la declaración que se hace en Testimonios para la Iglesia, Volumen, 5, página 76: “… En la última solemne obra pocos grandes hombres estarán empeñados en ella. Ellos son autosuficientes, independientes de Dios, y El no puede ocuparlos. El señor tiene siervos fieles, que en el tiempo del zarandeo y de la prueba, serán descubiertos a la vista”.
Dios puede ayudar sólo a aquellos que saben que son incapaces para la tarea. Aquellos que conocen que necesitan de Su ayuda. Así entonces, los que piensen que pueden hacer maravillas son los mismos que nada pueden hacer, sino daño.
Se ve claro entonces, que los que Dios tiene que usar en su obra final, en el tiempo del fin, no han de ser en nada parecido al príncipe coronado de Egipto, ni en nada parecido al erudito Moisés. Los que puedan aprender como guardar y alimentar ovejas y obedecer órdenes, son los únicos que pueden ser enseñados como cuidar y alimentar al pueblo de Dios.
La esposa de Moisés era la única Etiope en la compañía. Por esta razón algunos pensaban que eran superiores a ella. Pensaban que era un pecado imperdonable que Moisés se hubiera casado con una mujer que no era de su nación, como si la raza tuviera que ver algo en hacer a un pueblo superior o inferior. María, la misma hermana de Moisés cayó en ese pecado. Allá estaba ella tratando de romper los lazos de su familia, con todo Moisés oró por su recuperación cuando ella fue herida de la lepra.
¿Quiénes entraron a la tierra prometida? - Todos con excepción de los murmuradores. ¿Suponen que pueden alimentar el mismo mal, espíritu de la murmuración y la queja y a pesar de esto recibir el sello? - ¡Que pensamiento tan absurdo! ¡Que injusto procedimiento sería el que un Dios justo destruyera a los desobedientes de aquel tiempo, y que salvara a los desobedientes de este día!
¿Qué fue lo que hizo un grupo elegible para cruzar el Jordán? Fue que ellos confiaban en Dios sabiendo que fue su Caudillo Principal. Ellos reconocían a Moisés y a Josué como aquellos por medio de quienes Dios se comunicaba con ellos. No los consideraban ser cualquiera otra cosa que lo que realmente fueron. Estaban contentos con su suerte. Tomaron órdenes como se las fueron dadas. Por eso fueron los que entraron en la tierra.
Teniendo estos ejemplos ante nosotros, este cuadro para pasar, yo puedo decir con certeza si voy al Reino o si voy a caer en las entrañas de la tierra (Apocalipsis 12:16). Y yo estoy seguro de que también ustedes pueden decir la dirección que llevan. El Señor no requiere de nosotros más o menos que lo El requirió de nuestros tipos. No hay pues ningún misterio acerca de lo que debemos hacer y no hacer para recibir el sello de Dios.
No necesitamos ir a la tierra de las maravillas, o abrigar la idea de que debemos experimentar un sentimiento misterioso, o alguna emoción excitante, no necesitamos bañarnos en el polvo o brincar hasta el techo. No necesitamos hacernos unos locos de nosotros mismos. Todo lo que necesitamos hacer es ser nosotros mismos. Seamos tranquilos, decentes, respetables, como seres celestiales esforzándose por cumplir la voluntad de Dios en la tierra como se hace en el cielo. No necesitamos hacer ostentación de nosotros mismos, pero si necesitamos ocuparnos en los negocios que Dios nos dio y guardándonos de “entrometernos”en los asuntos de los otros.
Sólo cuando hemos hecho todo para cumplir con los requisitos del mensaje para hoy, no para ayer, seremos sellados para estar con el Cordero en el Monte de Sion.
¿No debemos sentirnos alegres todos nosotros de que mientras somos invitados al Reino, se nos enseña también la manera de llegar allá? En vista de todas estas cosas, no debemos permitir nunca que nuestra confianza en Dios se desvanezca. Debemos ser estables, firmes en todo, faltando nada. Los siervos de Dios de la hora undécima, según la Inspiración, han de ser “un gran pueblo y fuerte: nunca ha habido como tal, y tampoco habrá después de ellos” (Joel 2:2). Saben lo que creen, y creen lo que saben. Y lo más importante de todo, saben que son guiados por Dios, no por el hombre.
No son como los Fariseos quienes construían monumentos en memoria de los profetas muertos (Mateo 23:29-31) y a la misma vez ¡mataban a los profetas vivos! Con esta luz iluminando nuestro camino, Hebreos, capítulo 3, 4, 10, y 11 se explican a sí mismos.
La Sagrada Página
Una gloria inunda la sagrada página,
Majestuosa como el sol;
Da una luz a cada edad,
Da, pero no pide prestado nada.
El Espíritu respira en la palabra,
Y trae la verdad para ver;
Los mandatos y promesas nos proporcionan
Una luz santificada.
La mano que la dio, todavía proporciona
La graciosa luz y el calor;
Sus verdades suben en las naciones,
suben, pero nunca caen.
Gracias sea por el eterno brillo,
De cada despliegue luminoso;
Hace que el mundo de oscuridad brille
con las vigas del día celestial.
- Wm. Cowpe