El Monte Carmelo: Reavivamiento, Reforma y Reorganización

Aunque la iglesia es el único objeto sobre la tierra a la cual El concede su suprema consideración, Él a menudo tiene que amonestar y aún reprochar y corregir a esta institución ordenada divinamente, a fin de que mantenga la alta norma que Él ha establecido para ella y aunque la historia del pueblo escogido de Dios es de un largo y triste registro de pecado y arrepentimiento, de pecado y arrepentimiento, el amor sin límites del Padre, tan bellamente ilustrado en la parábola del hijo pródigo, es una poderosa lección objetiva de cómo Cristo manifiesta su imperecedero amor por la iglesia.

Además, el apóstol Pablo nos dice que Cristo “se entregó a sí mismo por ella”. Y aún, en los mensajes a la iglesia, comenzando desde los tiempos apostólicos y continuando hasta el fin del mundo, el Salvador declara de manera conmovedora a menudo que Él tiene “algo en contra” de sus amados seguidores, y les advierte con fuertes palabras de cautela, dejándoles ver claramente el destino de aquellos que dejan de escuchar su consejo divino.

Cada uno que toma parte activa en la proclamación del mensaje del juicio investigador, llega a ser, por este mismo hecho no solamente un Adventista del Séptimo Día, sino un miembro de la iglesia de Laodicea, cuyo nombre, Laodicea, significa su obra, la cual consiste en hacer saber al mundo que el juicio está en sesión. Mientras que este es un grande y exaltado privilegio que debería llevar a que cada uno esté dispuesto a hacer cualquier sacrificio, aún encontramos algunas de las más asombrosas denuncias en contra de este pueblo tan altamente favorecido más que cualquier otro que haya vivido sobre la tierra. Citando de la pluma de los fundadores de la iglesia A. S. D., leemos:

“Dios pronuncia contra los pastores y el pueblo la grave acusación contra su debilidad espiritual al decir: ‘Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tu eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.’ “ – “Cristo Nuestra Justicia”, p. 104 (en inglés).

Entonces continúa una declaración de forma muy clara en siete propuestas, la llamada final a su amada iglesia por un REAVIVAMIENTO, una REFORMA y una REORGANIZACIÓN, dejando claramente establecido cuales serán los resultados si los oídos sordos rechazan esta última advertencia:

(1) “Dios pide un reavivamiento, y una reforma espiritual. Mientras esto no tenga lugar, aquellos que son tibios desagradarán cada vez más al Señor, hasta que por fin se negará a reconocerlos como hijos suyos.

(2) “Un reavivamiento y una reforma deben ocurrir bajo la ministración del Espíritu Santo”. (3) “El reavivamiento y la reforma son dos cosas diferentes”. (4) “El reavivamiento significa una renovación de la vida espiritual, un avivamiento de las facultades de la mente y el corazón, una resurrección de la muerte espiritual”. (5) “La reforma significa una reorganización, un cambio de ideas y teorías, en hábitos y prácticas”. (6) “La reforma no producirá el buen fruto de justicia a menos que esté conectada con el reavivamiento del espíritu”. (7) “El reavivamiento y la reforma han de hacer su obra designada, y al hacerlo, deben fusionarse”. –Id., p. 104.

Tres cosas sobresalen de una forma bien clara de las citas anteriores. Primero, que Dios envía esta llamada de clarín a los ministros y luego a los laicos. Segundo, que esta es una declaración positiva de parte de Dios de que si Su pueblo deja de escuchar la llamada para un “reavivamiento espiritual y a una reforma”, Él los vomitará de Su boca. Y tercero, de que el Único que tiene la autoridad deja claro que en esta ocasión está llamando a una “reorganización a un cambio de ideas y teorías, en hábitos y prácticas”. En otras palabras, la iglesia debe experimentar un triple cambio antes de que ella pueda salir al mundo, “vencedora y para vencer”, “hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden”.

Siguiendo las instrucciones del Señor, los Adventistas, allá por 1863, se organizaron en una Asociación de la Conferencia General. Se les advirtió que estudiaran cuidadosamente la organización de su tipo, el Israel antiguo, porque, el mensajero le dijo al Israel moderno, “El gobierno de Israel se caracterizaba por la organización más cabal, tan admirable por su esmero como por su sencillez. El orden tan señaladamente puesto de manifiesto en la perfección y disposición de todas las obras creadas por Dios se veía también en la economía hebrea. Dios era el centro de la autoridad y del gobierno, el soberano de Israel. Moisés se destacaba como el caudillo visible que Dios había designado para administrar las leyes en su nombre. Posteriormente, se escogió de entre los ancianos de las tribus un consejo de setenta hombres para que asistiera a Moisés en la administración de los asuntos generales de la nación. Enseguida venían los sacerdotes, quienes consultaban al Señor en el santuario. Había jefes, o príncipes, que gobernaban sobre las tribus. Bajo estos había ‘jefes de millares, jefes de cientos, y jefes de cincuenta, y cabos de diez’ (Dt. 1:15), y por último, funcionarios que se podían emplear en tareas especiales” – “Patriarcas y Profetas”, p. 391.

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